Los ‘indignados indignantes’ de la Iglesia

El cardenal, arzobispo de Madrid y Presidente de la Conferencia Episcopal Española, Antonio María Rouco Varela, dijo el pasado viernes en Radio Nacional de España sobre los ‘indignados’: “Puede ser que haya un grupo de jóvenes que quieran hacer un debate más allá de lo que está previsto, de la línea argumental de la jornada, pero nosotros acogemos a todos”. El cardenal agregó que “la Iglesia Católica no tiene soluciones técnicas, ni políticas” respecto a la crisis, pero plantea la necesidad de llevar a cabo “una revisión y una constante renovación del orden social, político y económico”.

Llámenme malpensado, pero que uno de los mayores representantes de la Iglesia Católica en España diga que “la Iglesia Católica no tiene soluciones técnicas, ni políticas”, me huele o a lavado de manos o al pecado al que hace mención el octavo mandamiento. Es innegable el enorme poder político que ejerce la Iglesia Católica en nuestros días en España. La Iglesia ha hecho política: se ha manifestado en contra del aborto y del matrimonio homosexual, ha cargado contra el Gobierno desde sus plataformas mediáticas, aparece en la casilla de la declaración de la renta… Está en su total derecho. No critico en absoluto que la Iglesia –la institución- tenga o quiera más o menos poder político. Lo que me chirría es que Rouco Varela se haga el longuis y diga que “la Iglesia no tiene soluciones técnicas, ni políticas”.

Previamente, el pasado 21 de junio, Rouco Varela decía que los ‘indignados’ del 15-M son “jóvenes que no conocen a Dios, no conocen a Cristo… Se encuentran con las vidas rotas, y si las soluciones temporales y materialistas no funcionan, como no están funcionando, el fracaso está servido, y la rebelión también, y el desconcierto todavía más”.

Es cierto que en la acampada de Sol –las del resto de España las desconozco- se han gritado consignas laicistas y, en algún caso, anticatólicas. Dos ejemplos: “Fuera los rosarios de nuestros ovarios”, “Menos crucifijos y más trabajo fijo”. Son dos eslóganes –a mi modo de ver- ofensivos e insultantes para todos aquellos que profesen la fe católica. Además, no tienen sentido: ¿qué relación hay entre el paro y las figuras de Jesús crucificado? ¿Acaso existen mujeres a las que, en sus ovarios, le crecen rosarios por generación espontánea?

He participado en alguna asamblea y en alguna comisión, y he criticado este tipo de gritos y actitudes. Aunque no he suscrito –ni suscribiré- al pie de la letra todo el discurso del Movimiento 15-M, los he escuchado, he participado en alguna de sus actividades y comparto la mayor parte de sus propuestas. Aunque no haya llegado a acampar, puede decirse que yo soy un ‘indignado’.

Pero ante todo, muy orgulloso y muy reafirmado, soy cristiano. No sé si católico, pero sí cristiano. Creo en la figura de Jesucristo, para mí Hijo de Dios resucitado. Sí que suscribo plenamente su discurso y su mensaje –quizá el mejor programa político de la Historia de la Humanidad-, y creo que el mejor modo de vida humano, por difícil que sea, es el cristiano –ojo, digo el cristiano, y no el católico-.

Supongo que, como dicen algunos tertulianos, yo soy un “indignado indignante” de la Iglesia, que viene del griego ekklēsía, que significa ‘asamblea’ –algo más común en los ‘indignados’ que en el clero-. Por cierto, cuando Jesús le dice a Simón “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia”, Cristo no emplea el término griego, sino el hebreo: kahal, que se puede traducir por ‘pueblo’.

No me considero un ‘indignado indignante’ cristiano ejemplar, pero sí que la Historia de la Humanidad –y, por tanto, de la Iglesia- ha podido contar con unos cuantos. Vamos a poner algunos ejemplos de varias “soluciones técnicas y políticas” propuestas o puestas en marcha por ‘indignados indignantes’ de la Iglesia que indignarían a más de un tertuliano de Intereconomía. Además, puede que el clero español tome nota de ellas y se acerque un poco más al kahal. Más de uno lo agradecería.

Juan Gerardi: asesinado por investigar los crímenes de una dictadura

Juan José Gerardi Conedera (1922-1928) nació en Guatemala y fue ordenado sacerdote en diciembre de 1946. En 1967 fue electo obispo de la diócesis de Verapaz y residió en Cobán, un lugar más parecido a la Cañada Real que a la Moraleja. Gerardi enfatizó su trabajo en la población indígena maya de la zona, impartió misa en q’eqchi, fue uno de los mayores apologistas del reconocimiento oficial de las lenguas mayas en Guatemala y, además, ayudó al establecimiento de dos emisoras de radio en estas lenguas.

En 1974 es trasladado a la diócesis de El Quiché, una zona marcada por la violencia constante entre grupos de guerrilleros y el ejército guatemalteco. Gerardi solicitó a las fuerzas militares que controlaran sus acciones, y protestó reiteradamente ante el genocidio que el ejército de Guatemala estaba cometiendo con la población indígena. No tardaron en llegar las amenazas de muerte y, tras acudir en 1980 al Vaticano para asistir a un sínodo, el gobierno del dictador militar Romeo Lucas García le prohíbe a su regreso el ingreso en Guatemala.

Gerardi regresa a su país natal en 1984, y es nombrado obispo auxiliar de Guatemala y párroco de San Sebastián en la capital.

Tras cuarenta años de dictaduras militares, Guatemala convoca elecciones democráticas en 1996, y Gerardi inicia y dirige el proyecto REMHI (Recuperación de la Memoria Histórica), con el único propósito de conocer la verdad sobre los crímenes cometidos durante este periodo. El 24 de abril de 1998, Gerardi presenta el informe Guatemala: Nunca más, un detallado documento que recogió los horrores de la dictadura: 150.000 guatemaltecos muertos, 50.000 desaparecidos, un millón de exiliados y de refugiados, 200.000 huérfanos y 40.000 viudas.  En el 90% de los crímenes, la responsabilidad era del ejército o de bandas paramilitares relacionadas con él.

Dos días después de la presentación de este informe, Gerardi es asesinado en el garaje de su casa parroquial de San Sebastián. Los asesinos le golpearon repetidas veces con un bloque de hormigón en el cráneo. El rostro del obispo quedó totalmente desfigurado, y fue identificado gracias al anillo episcopal que portaba en su mano.

En junio de 2001, la justicia guatemalteca responsabilizó a tres militares y a un sacerdote del asesinato de Juan Gerardi.

Monseñor Romero: la canonización la va a tener jodida

En mi pueblo vive un comunista de los de antes, de los buenos, que se llama Juan Montero. Juan vivió y trabajó en Madrid, y participó en revueltas laborales, estuvo ligado a movimientos antifranquistas, etcétera. Juan es un hombre profunda y radicalmente ateo, pero sostiene que una de las mayores personalidades que ha dado el siglo XX es la del salvadoreño Óscar Arnulfo Romero y Galdámez (1917-1980), más conocido como Monseñor Romero.

Cuando se lo escuché por primera vez, me sorprendió en exceso que alguien tan rojo y tan anticlerical como mi vecino Juan dijera algo así. ¿Quién fue Monseñor Romero?

Para empezar fue sacerdote y, desde 1977 hasta 1980, fue el cuarto arzobispo metropolitano de San Salvador. En esos tres años, Romero se convierte en toda una celebridad. El arzobispo utiliza un discurso valiente, tajante y objetivo sobre la situación miserable de tantos pobres –“la misión de la Iglesia es identificarse con los pobres, así la Iglesia encuentra su salvación”, dijo en una homilía-. Además, se solidarizó públicamente con las víctimas de la violencia política en El Salvador, a la que denunció en numerosas ocasiones.

Lejos del discurso de Rouco Varela, en el que la Iglesia no tiene “soluciones técnicas ni políticas”, Romero declara en el diario salvadoreño La Prensa Gráfica: “El gobierno no debe tomar al sacerdote que se pronuncia por la justicia social como un político o elemento subversivo, cuando éste está cumpliendo su misión en la política de bien común”. ¡El sacerdote cumpliendo su misión en la política de bien común! Encuentre las diferencias con Rouco. No se va a quebrar la cabeza.

El 20 de febrero de 1977, El Salvador celebra elecciones presidenciales y vence el general Carlos Humberto Romero. La oposición salvadoreña denuncia fraude electoral y convoca una concentración ‘indignada’ en la Plaza Libertad de la capital del país. El 28 de febrero, las fuerzas de seguridad disuelven violentamente la concentración con un saldo de decenas de muertos y desaparecidos. El 22 de febrero, Romero toma posesión del cargo de Arzobispo de San Salvador.

Romero escupe verdades como puños en sus homilías, y denuncia los atropellos a los derechos de los sacerdotes, de los obreros y de los campesinos. Estas son transmitidas por la radio diocesana YSAX, y el pueblo salvadoreño lo adora. La palabra del monseñor es destructiva y constructiva a la vez, critica lo terrible pero, a la vez, infunde esperanza. Romero es lo más parecido a un sacerdote primitivo, a un cristiano del siglo primero de esos que acababan en el Coliseo devorado por los leones según Hollywood. El 24 de mayo de 1980, un francotirador asesinó a Romero con un disparo al corazón.

En 1994 se abre una causa para su canonización. Juan Pablo II se le ha adelantado.

San Carlos Borromeo, en Entrevías

El caso más reciente de que, cuando la Iglesia quiere, puede retomar el camino que marcó Jesús hace 2.000 años, se encuentra en Madrid. No han hecho cosas tan heroicas ni memorables como Juan Gerardi o Monseñor Romero, pero Enrique de Castro, Pepe Díaz y Javier Baeza, los sacerdotes de la parroquia de San Carlos Borromeo, en Entrevías, han roto con el protocolo dictado por el Vaticano y han basado su actividad apostólica en, precisamente eso: hacer apostolado y poner en práctica el mensaje de los Evangelios.

La parroquia ha sido la casa de mucha gente que no tiene casa. Ha dado de comer a muchos hambrientos y de beber a muchos sedientos. Hay programas de ayuda a la desintoxicación, recogidas y entregas de alimentos, y organizan actividades lúdicas y formativas para gente sin techo, sin dinero y sin perspectivas.

Pero son rojos. O progres. No sé cómo los denominan. Su discurso político disgusta a los jefazos y, por lo visto, sus acciones también. Parece que la solidaridad de la Iglesia Católica española debe limitarse única y exclusivamente a Cáritas. Además, Enrique de Castro, Pepe Díaz y Javier Baeza no se dejan el dinero en obleas, y santifican el pan de la panadería Mari Juli o un hereje bollo. Hay que marginarlos, pues.

Y en 2007, Rouco Varela, el que dice que la Iglesia no tiene “soluciones técnicas ni políticas” intentó cerrarle el chiringuito a Castro, a Díaz y a Baeza. El Arzobispado de Madrid quiso que San Carlos Borromeo dejara de ser parroquia y pasara a ser un centro de atención a los marginados.

Afortunadamente, para muchos drogadictos, inmigrantes, prostitutas, alcohólicos, hambrientos, pobres, desamparados… -esa chusma de la que la Iglesia hoy se aleja, pero esa chusma a la que Jesucristo se acercaba, escuchaba, hablaba y perdonaba-, en San Carlos Borromeo todavía se puede ir a escuchar, entre muchas otras cosas, la Palabra de Dios.