¿Clase media o media clase?

¿Pero qué nos pasa? ¿Cuál es esa fuerza centrífuga que nos lleva a aceptar la inexorable predación humana? Dicho de otra manera, ¿en qué momento nos han convencido a todos de que «si tú no pisas, alguien te pisará», «si tú no eres el mejor, alguien te superará»?

                                     

La mayoría de la población española nace en una familia con ingresos medios inferiores a los 2000€ y la cantidad de hijos por núcleo familiar ronda el 1’4. El alquiler medio de una casa con capacidad para una familia de tres o cuatro miembros no baja los ochocientos euros en las mayores ciudades, la gasolina supera los 1’6€ por litro de media y la luz, el gas y el agua han aumentado su monto en las facturas familiares tras las últimas reformas del PPSOE. Con todo, la educación es cada vez más cara, los medicamentos cuestan dinero en su mayoría (puesto que otros YA COSTABAN DINERO, nunca ha existido en España una sanidad gratuita y accesible a todo el mundo) y el transporte público se va encareciendo con el objetivo de reducir su uso (y recaudación) y así justificar su privatización.

No se explica el estado mental de muchos españoles y españolas cuyas preocupaciones diarias, en ocasiones dramas vitales, se encuadran dentro de lo descrito anteriormente. Estas son preocupaciones reales, aunque obviamente nadie debe sentirse frívolo por angustiarse por otros temas menos trascendentales. Al tiempo que nos amilanan, decoran y retocan por fuera, nos están desgranando por dentro, deshojando. Si bien no todo el mundo puede velar por los problemas de los demás, no puede ser solidario con todo el resto de necesitados, hemos llegado a un punto difícil de comprender. Bajo la premisa de «tienes todo cubierto, no te preocupes», nos deshumanizan tanto que somos capaces de ignorar todo problema humano con el que nos encontramos pero luego rasgarnos las vestiduras si lo vemos demasiado cerca. En cierta manera, la religión católica ha conseguido sustituir la solidaridad por la caridad, esto es, el apoyo mutuo por la lástima, la limosna, la ayuda en situación extrema sin dar los recursos necesarios para solucionar por sí mismos.

Sin embargo, el quid de la cuestión radica en la identificación de esos problemas. Pareciera que no poder pagar las facturas no es nuestro problema. Tener que asumir subidas de precios, bajadas de salarios, desaparición de derechos legales y laborales o eliminación de prestaciones no son problemas que nos afectan. ¿No es así? Esos problemas son de gente «de clase baja», «que vive en barrios pobres», «que pasa calamidades». A nosotros lo que nos quita el sueño es que los billetes de Ryanair ya no son tan baratos; cuando salimos ya no podemos tomarnos copas de nuestra marca favorita de ginebra; no le podemos regalar a cada una de nuestras hijas un iPad; ya no podemos pagar todos los partidos del Canal Plus Liga.

«Divide y vencerás» es el lema que se destapa cuando levantas la falsa pegatina de «la clase media». Si no sabemos que tenemos problemas, no podemos solucionarlos. Si creemos que la pobreza es una situación irreal que jamás puede llegar porque «tenemos una situación estable», más dura será la caída que, de seguir como seguimos, acabaremos afrontando todos. Dado que quien hace la ley hace la trampa, mientras las reglas no las marquen los trabajadores, difícil es que los trabajos nos diferencien mucho. Nos repiten el mantra: «tu vecino defrauda 100€ al mes a Hacienda», «el administrativo de tu centro de salud se sienta y pasa el rato», «el que es rico lo es por algo». Aún asumiendo responsabilidades, parece que nadie quiere levantar arenisca: pero, ¿»cuánto defraudan la clase alta«? ¿quién es el vago si las plusvalías en las multinacionales y altos cargos del Estado son diez veces mayores que un salario medio»? ¿»cuánta gente ha nacido rica o ha obtenido cargos a dedo sin haber tenido que trabajar»? Tanto el ingeniero como el basurero comparten un esfuerzo, ímprobo a veces y más relajado en otras ocasiones. Sin embargo, aquel que denosta el esfuerzo e invita a «la clase media» a parecerse a su modelo no está más que ofreciendo una ilusión. Nadie se enriquece trabajando salvo unos pocos que gozan de golpes de suerte o los contactos más privilegiados.

«La clase media se empobrece» está siendo usado como reclama por la mal llamada «prensa progresita» una y otra vez desde el inicio de la enésima crisis del sistema capitalista que hoy en día atravesamos, la más grave hasta la fecha. Pero, ¿quién pertenece a esa clase? Es decir, si una familia «de clase media» reduce sus ingresos o sencillamente deja de disfrutar de tantos lujos, ¿se considera clase baja? ¿Es entonces cuando se da cuenta de que no le diferencia nada de esa lejana realidad social que es «la clase baja»? El trabajo. Ese es el escalón suelto, el tropiezo, el cepo abierto. Únicamente aquel que no tiene que trabajar o apenas tiene que hacer algún esfuerzo para vivir sin dificultades puede diferenciarse de «la clase media». Así con todo, nos han machacado tanto con la idea de la clase media, la predominante, que han dividido a los trabajadores entre «clase media» y «clase baja», cuando en situaciones como la actual la línea imaginaria ya no es ni una ilusión, sencillamente se muestra inexistente. Trabajar no debe ser motivo de vergüenza. Lo que es vergonzoso es no reclamar lo que te mereces.

(Martin Niemöller escribió en los años 80:)

Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,

guardé silencio,

porque yo no era comunista,

Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,

guardé silencio,

porque yo no era socialdemócrata,

Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,

no protesté,

porque yo no era sindicalista,

Cuando vinieron a llevarse a los judíos,

no protesté,

porque yo no era judío, 

Cuando vinieron a buscarme,

no había nadie más que pudiera protestar.